viernes, 22 de septiembre de 2023

No hay gloria sin sufrimiento


Testimonio de conversión de Luis Manuel Saez
Luis Manuel Sáez



No hay gloria sin sufrimiento


Nací hace muchos años en una (entonces) colonia española en África: en la Guinea Ecuatorial. ¡Quién le hubiera dicho entonces a mis padres que un buen día sería, además, mexicano por adopción! Mi infancia transcurrió entre Guinea y la Península Ibérica, y mi adolescencia la viví apartado de los caminos del Señor, por resumidas cuentas.

Conocí al Señor allá por mayo del 77, en la ciudad de San Sebastián, en el País Vasco español. Por medio de un grupo carismático, tuve mi encuentro personal con Jesucristo como Salvador. Poco después recibí el Bautismo o Efusión del Espíritu, que fue como si me cambiaran motor y carrocería y me pusieran alas para volar. Era un 'joven' nuevo, de apenas 20 primaveras de edad.

Años después, radicando yo en la Ciudad Condal, Barcelona, conocí a un sacerdote carismático mexicano que me fascinó (y me sigue fascinando todavía), el padre Rodolfo Villarreal, que fue el instrumento de Dios para que yo me viniera a Monterrey. Estuve viviendo un año completo con él (octubre del 81 al 82), hasta que le aconsejaron que me convenía 'salir de la jaula' e independizarme. El padre me dio una semana para encontrar un lugar en dónde vivir. Ni un día más. Fue entonces que por medio de un sacerdote español (el padre Hilario) que servía en la Parroquia del Rosario y que me remitió con su párroco , que conocí la Comunidad Jésed. Entré 'por la puerta de atrás' en casa de hermanos, y en seguida pasé a vivir por 7 años en 'casa de graduados.

Lo que nadie sabe, y fue algo que sucedió la noche anterior a mi partida de la casa del padre Rodolfo, marcaría mi vida con fuego acrisolante: Por primera vez, experimenté el dolor de arrojar piedras de los riñones. Fue una experiencia muy difícil. "No se la deseo a ningún enemigo", pensé entonces. Dios me ayudó y logré salir adelante, ahora ya en casa de hermanos.

Tres años después volvió a suceder lo mismo con las piedras. Nadie se dio cuenta, pues me pasé casi un día en tratamiento para el dolor, fuera de la casa de hermanos. Después de ello, esporádicamente sucedía que se me presentaba el mismo cuadro, pero por lo general no era gran cosa.

Hasta que Dios decidió apropiarse de mi miseria para realizar Su obra con mayor esplendor. No podía imaginarme la inmensa importancia que tiene el sufrimiento en la vida cristiana. Nuestra sociedad hedonista nos predica que, cuanto menos uno batalle o menos sufra, mejor. Pero la imagen del Crucificado me decía otra cosa. Por eso, debido a la necia dureza de mi corazón, a la multitud de mis pecados (que, por más que acudiera al Sacramento purificador y fuera perdonado, siempre resurgían en mí con renovada voracidad) y a la pesada losa de mis defectos, comprendí que el Señor tenía que hacer Su obra en mí a base de golpes, dolor y paciencia.

Como saben, me casé con la única mujer que sería capaz de soportar una carga semejante: Laura Irene López, la mayor de una familia maravillosa de Reynosa. Ella fue (y es) no sólo la luz de mis ojos, mi compañera ideal y 'la madre de mis pollitos' (como le decía yo sin saber que un día así sería); sino además una mujer fiel, sabia, santa y fuerte. Llegaron dos 'pollos' y una 'pollita' que alegraron nuestra vida... y así las cosas.

¡Esto es resumir!

En octubre del 98 se nos permitió tomar el Compromiso Solemne con la Comunidad Jésed, y un hermano (Jorge Márquez) profetizó que vendrían tiempos de tribulación. "Lo que Dios disponga", dijimos, que "Su gracia nos basta". Poco tiempo después, en abril del 99, inicié un doloroso proceso de `producción de piedras' y de una casi continua visita a hospitales. En total, entre esa fecha y septiembre del 2001, fui operado 11 veces. Hasta el presente, no he dejado nunca de producir mis 'pepitas de oro' como cariñosamente las bautizó un hermano muy querido por todos: Manuel de Urquidi, que ha sido para mí una enorme bendición.

Poco a poco, en medio de aquellos padecimientos (que, desde luego, no puedo comparar con los de otras personas, no es el caso), fui dándome cuenta de que, por ejemplo, cuando ya finalmente había arrojado la o las tormentosas piedras en turno (a las que siempre bautizo, por aquello de que dicen que duele como un parto: que si 'Roqueta', que si 'Petronila', etc.), sentía mi espíritu purificado, con una gracia y fuerza interior extraordinarias. Al poco tiempo, claro, mi carne iba venciendo de nuevo sobre mis sentidos espirituales.

Otra cosa que notaba es que esto de la purificación sucedía cuando ofrecía el dolor al Señor. "Que no se desperdicie ni un gramo" , me solía decir Luis Prieto, y así procuré que fuera. Un día lo comprendí plenamente e hice un pacto con el Señor, por el cual Él podía 'tomar' los méritos de mis dolores, sea cuales fuesen, sin necesidad de tenerle que decir 'te lo ofrezco' Esto sucedió en Urgencias de un Hospital del Seguro Social. Nunca me imaginé la enorme repercusión que ello tendría en mi vida.

Además, me di cuenta que a veces era tal la intensidad de los sufrimientos, que servían para interceder por las penurias de otra gente, y no pocas veces vi cómo Dios actuaba en favor de aquellos por los que ofrecía mis dolores. Actualmente, incluso, formo parte de una red de oración, de personas que ofrecemos nuestros sufrimientos por necesidades concretas.

Pero mi hombre exterior, esta tienda que es mi cuerpo, poco a poco se iba desmoronando.

Recuerdo bien que aquel 1999, a través del dolor, obtuve una fuerza impresionante para escribir varias novelas, la primera de las cuales terminé en tan solo 77 días, y que logró publicarse en una Distribuidora de Libros digital argentina. 'El Despertar de el Vigía' no fue ningún éxito en ventas, pero eso es lo de menos, pues lo importante era que había descubierto en mí una mina de la que quería extraer la mayor cantidad de riquezas posible. Resulta increíble que fuera el sufrimiento la fuente de la energía que me hizo escribir cuatro tomos (uno de ellos inconcluso), y actualmente estoy animado con el quinto. Aunque -debo decirlo-, ya no poseo ni la destreza ni la energía de ese tiempo tan especial.

El Señor permitió que conociera muchas y variadas formas de curación, O al menos de poder paliar el dolor producido por las piedras: Herbolaria, homeopatía, magneto-terapia (que me ha ayudado sobremanera), y hasta comer espárragos.

Como dije, mi cuerpo se fue haciendo cada vez menos fuerte y más achacoso; pero el hombre interior que hay en mí se fue elevando de gloria en gloria (no es presunción); pese a que sigo pecando, cuento con la gracia sacramental para volverme a levantar. Pese a la gran lista de defectos, y que a veces pienso que moriré con ellos, he sido bendecido por el Señor; primeramente con una esposa paciente y tierna; también por medio de innumerables hermanos de Jésed que muchas veces se han desgastado a sí mismos por ayudarme.

No pocas ocasiones me sentido en calidad de poco menos que 'inservible', en especial cuando las enfermedades parecían atacarme por todos lados y derrumbarme. Sé que para algunos esto es un signo de debilidad y de falta de carácter, y creo que algo hay de cierto en ello. Hay quien decía, empero, que mis sufrimientos eran preciosos ante nuestro Dios. Yo más bien pienso que son para purificarme. Hasta que hace poco se me apareció el Señor en sueños, justo cuando peor me sentía; justo en la época en que me estaba ofreciendo por mi hermano Sergio (que se moría de cáncer, pero que gracias a Dios y las oraciones del pueblo de Dios, sigue vivo y prácticamente curado), Jesús me dijo en ese sueño que mis heridas eran para Él como la más preciosa de las joyas, y otras cosas más que no vienen al caso.

Ahora sé que, aunque este hombre quizá no alcance grandes cosas en la vida, a través del crisol de la tribulación ha ido asemejándose a Él.

Quizá no haya mucho que esperar de él, pero por eso Dios le dio una familia de carne y hueso (esposa e hijos) y otra familia espiritual (Jésed y la Iglesia Católica), que son y serán su dicha ahora y en la eternidad.

Doy gracias a Dios por tantos hermanos que han orado y siguen orando por mí desde hace muchos años. Sin ellos habría estado casi solo ante la prueba. Recibí infinidad de muestras de afecto y de apoyo, incluso económico, y al día de hoy sigo viendo la mano de Dios acariciándome a través de Jésed. ¡Muchas gracias, sisters and brothers!

Aprendí, hermanos, que no hay gloria sin sufrimiento y le doy inmensas gracias al Señor Jesús por ello. 

Que a Él sea la alabanza hoy y siempre. Y también gracias al Corazón Inmaculado de Su Madre Santísima, pues sin Ella, de plano, no habría podido.

Encomiendo a cada uno de ustedes a la Madre y a la Santísima Trinidad.


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