lunes, 7 de agosto de 2023

El Colado


Gracias Dios por poner a Marco en mi camino para conocerte

Humberto Colunga

Había escuchado en alguna anécdota que algunas almas en el Paraíso no eran conocidas de San Pedro porque éste no las conoció al dejarlas entrar, sino que entraron por una rendija... dejada abierta por la Santísima Virgen... a través de sus intercesiones, por una gran misericordia. Lo creo, porque aquí en la Tierra pasa lo mismo, les cuento mi conversión.

Una buena mañana de 1991, antes de la comida, el Director del Centro de Calidad me llamó para entrevistar a un joven que tenía intenciones de hacer su maestría a través del programa de becas de asistentes, situación de la que ya estaba disfrutando yo.

Así dispuso el Señor que conociera a Marco Ulate, pues ningún asistente hacíamos entrevistas, y entre mi inexperiencia le pregunte qué hacia tan lejos de Costa Rica, situación muy común en el Tecnológico, pero su respuesta me dejó muy desconcertado: ¿cómo alguien daría algún tiempo de su vida para ayudar a un grupo en otro país?

Más aún, cuando Marco entró, el Dr. Pozo creó un proyecto y nos puso a los dos juntos para llevarlo a cabo, otra situación nada común en el Centro. Marco era intrépido, no esperó nada, aparte de evangelizarnos con su testimonio de vida, nos llevó a una asamblea de MCU. Yo quedé impactado, los demás no regresaron ni a las reuniones informales, pero por alguna razón seguí asistiendo sólo a las informales.

Así que el Señor dio un giro. Alguien llegó al Centro a invitarnos a "acampar" durante la Semana Santa de 1992, a lo que varios dijimos que sí; pero no era camping, eran misiones, a lo que ya no nos pudimos echar para atrás.

Durante esas misiones pude percibir que Dios nos rondaba, que el Rosario no era sólo para viejitas durante los velorios como había visto en Veracruz, pero quedé más impactado por el amor que nos mostraban en el campo.

A pesar de todo esto, no asistí al CNVC (retiro donde se presenta el evangelio y cuyas siglas significa "Curso de Nueva Vida en Cristo"), pero sí seguí asistiendo a las actividades informales, y entonces me di cuenta que Dios no solo rondaba, sino que vivía dentro de esos jóvenes universitarios, ¿Cómo era que yo no tenía lo mismo? Sí, había pecado en mi adolescencia, pero no dejaba de ir a Misa, me confesaba, trataba de ser buena persona, pero no conocía a Dios de esa manera.

Así que decidí buscar a Dios. Fui a un retiro fuera de la Comunidad, empecé a documentarme y a estar cerca del Rosario, me quede unos días en Buenos Aires (casa de los Siervos de la Palabra) como invitado de Marco, fui nuevamente a Misiones en el 1993 (ahí conocí al que sería mi cuñado sin saberlo), fui a una asamblea de la Comunidad Jésed, y no sé qué más. Así que fui por fin al CNVC, pero no lo terminé, no era el momento aún. 

A las misiones del 1994 no pude asistir, así que cuando en la Misa de Pascua el Padre Gerardo Cárdenas nos dijo que perseveráramos cincuenta días para vivir un Pentecostés fuerte, pensé que eso sí podía hacer, así que le que dije a Marco, "Ustedes deben tener una celebración muy grande ese día, ¿tienen asamblea, puedo ir?"

Para ese domingo 22 de mayo de 1994 se atravesaron cosas muy buenas y otras no tanto para no ir. Me levanté muy tarde y dije "ya se ha de estar acabando la Asamblea, cómo voy a entrar" , así que me puse a ver la tele, y ahí, en el sofá, se me vino este pensamiento: ¿y si ahí encuentro lo que ando buscando? Me arreglé, tomé un taxi y para cuando llegué al Franco- Valle, la Asamblea parecía callada, muchos estaban sentados como meditando. De repente alguien ya mayor subió al estrado y dijo: "siento del Señor que faltan algunos por los que aún no se ha orado, por favor levanten la mano hermanos" .

Con algo de incredulidad levanté la mano, y los hermanos a mi alrededor impusieron sus manos unos minutos, y de repente sin saber por qué, empecé a llorar, ni siquiera me cuestioné por qué lloraba; era como si lo necesitara, pero no había pena, era como alegría. Luego se me vino a la cabeza como si viera fuego en el techo, y empecé a pensar en una paloma. Yo realmente no tenía control sobre lo que pensaba, pero sí podía sentir que algo había cambiado.

Al término de la Asamblea, al saludar a los hermanos, me despedía diciendo "Dios te bendiga" , algo que no había podido hacer durante dos años de frecuentar a los universitarios, ni siquiera por cortesía. 

Por fin, el Señor había llegado a mi vida, sabía que algo había pasado, que era diferente, pero no sabía que era el Señor. Afortunadamente, a los quince días me fui de retiro a Durango al Monasterio de las Carmelitas.

Marco no pudo ir pero Filvio sí. Ahí, cada pasaje de la Biblia que leía parecía como si fuera para mí, como si el Señor me estuviera hablando; estaba asustado. Incluso en otros libros cristianos el Señor me decía algo. Descubrí a través de un libro del Padre A. de Mello, que me pasó lo mismo que a San Ignacio de Loyola, el Señor mismo fue el que salio a convertirme.

Así que ante la Eucaristía, hice lo que faltaba: le entregué mi vida y le dije que lo seguiría, le dije que por fin lo tenía, que por fin sabía por mí mismo que Él existía.

Al regresar, busqué dónde ubicarme para seguir al Señor dentro de su Pueblo, y decidí ir a "Ven y Sígueme" . Solo llegué, al fin y al cabo ya muchos me conocían.


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