martes, 1 de agosto de 2023

Dame una oportunidad Señor

Testimonio de Esmeralda Parra
Esmeralda Parra de Hernández


Dame una oportunidad Señor, quiero vivir.

El día 4 de septiembre del 2008 caí enferma de una alergia llamada urticaria: me llené de unos granitos muy pequeñitos, mucha hinchazón y comezón por todo el cuerpo y un mareo constante. Esto era  aparentemente inofensivo y sencillo.

Fui con un Médico Alergólogo Pediatra, el cual me indicó 1500mgr de cortisona en menos de una semana. Mi cuadro empeoró, pues ese día en la noche yo sentí que me moría; me entumeció todo el cuerpo y la infección que se presentó como una simple alergia había tomado mis órganos poco a poco: primero fue el riñón, luego ojos rojos como si tuviera sangre en ellos, hígado, cabeza, oídos. Los padecimientos se presentaban día a día.

El caso pasaba de un doctor a una inmunóloga alergóloga a la que el caso se le salió de las manos, pues mi estado empeoraba y me remitieron con un médico internista, el que tomo la batuta en el caso y me descubrió una fístula en la encía donde me practicaron una endodoncia mal echa hace 5 años o que quizás no me cayó bien.

Entonces me mandó hacer estudio de biometría hematina completa donde salía mi sangre con una infección muy fuerte arriba de los límites marcados. La infección había tomado casi todos mis órganos: el riñón ya sangraba, el hígado estaba muy lastimado por tanta cortisona, la que me quitó literalmente toda la pared de defensas en mi organismo; el doctor no sabía a ciencia cierta qué infección tenía o qué enfermedad era realmente.

Lo que sí recuerdo es que me preguntó -¿Tienes hijos? -. Respondí Sí, tengo dos de tres y cinco años-, a lo que respondió -Pues no te vas a morir; por ellos que tú no te puedes morir, tienes que luchar y poner mucho de tu parte para salir de esto.

Y empezó mi calvario. Empecé a sentir dolores articulares y me movía con dificultad. Aun así me realizaron una cirugía bucal para extraerme la fistula y con ella, que gracias a Dios fue un éxito, los doctores creían que esto mejoraría. Pero no fue así, días después de la cirugía perdí movimiento en todo mi cuerpo y no podía caminar, me dolía mucho cualquier movimiento que realizara.

En esos días acababan de iniciar el ciclo escolar y mi niña de tres años iniciaría por primera vez en el kínder. Ella iba en las mañanas a verme para peinarla al ir al colegio. Cuando no me pude mover me lloraba a orillas de la cama y me decía -Péiname, mamita por favor péiname-, y yo con las manos sin poder moverlas. Ahí le entregaba ese dolor a Jesús y le decía -Yo también te acompaño en tu calvario por esos clavos que un día te pusieron en tus manos. Toma mi dolor--. También me acordaba de la virgen María y le decía -Toma mi corazón de madre, mi dolor, como tú cuando no podías ayudar a Jesús en su calvario y lo veías sufrir-.

Dios me dio un regalo especial vino mi mamá a cuidarme. Ella vive en Acapulco y sirve al Señor allá. Cuando me trataba de levantar para caminar, recordaba cómo me enseñaba a caminar de bebé o cuando me vestía, pues yo no podía, y valoré todo, hermanos, todo hasta el mas pequeño movimiento de mi cuerpo: el poder servirles a mis niños el desayuno o a mi esposo, el lavar los baños o el servicio mas insignificante en la casa tenía más sentido ahora; y todo se lo ofrecía a mi Jesús que me acompañaba en este camino.

El pediatra de los niños contactó a Juan Pablo mi esposo y le dijo que nos había conseguido una consulta con una reumatóloga inmunóloga, pues esto ya estaba cada vez más difícil. Ella me examino y me mandó a hacer estudios. Me diagnosticó "CitomegaloVirus" . Me dijo que era mortal, terminal.

Yo regresé muy deprimida. Mi madre me dijo -Recuerda que la última palabra la tiene Dios-. Estando sola en la sala me dejaron sentada cerca de un cuadro de Jesús y María, y como pude me arrojé al piso, me postré y le pedí al Señor misericordia. Tenía mi bolsa con unas monedas y las arrojé al piso y le dije Señor, yo no quiero dinero, nunca te he pedido cosas materiales, solo te quiero a ti Señor, solo te quiero a ti. Déjame vivir para mis hijos, que son tus hijos. Tú sabes que los estoy formando para tu gloria. Mi madre me encontró en el piso orando y me acompaño a orar, después me llevó a la cama y me realizó una oración de sanción.

Yo creo que el Espíritu Santo, junto con las oraciones de mi madre, de muchos hermanos de la Comunidad Jésed, de algunos de ellos que habían ido a tierra Santa, la de mi familia y las de la Comunidad Betania en Acapulco, las escuchó y caí dormida por unas horas.

Cuando desperté, me di cuenta que me podía mover, me pude sentar yo sola y sin tanto dolor, pude mover las manos. Ahí empecé a ver un milagro en mi vida. El médico internista, al conocer el diagnostico de la doctora inmunóloga difirió y nos recomendó que hiciéramos caso omiso.

Me dijo te vas a recuperar, va a ser lento pero vas a salir. Yo le comenté que vivíamos en el Señor, en una comunidad católica, que estaba recibiendo mucha oración de intercesión que estaban haciendo aquí en Monterrey como en la comunidad de Acapulco, pues mis hermanas estaban intercediendo allá por mí, y me dijo -Es la fe y sonrió-.

De ahí continuamos evolucionando, para el mes de noviembre yo ya caminaba y recuperé la movilidad de mi cuerpo, los estudios continuaron cada 15 días y después cada mes la infección poco a poco iba cediendo hasta llegar a los niveles normales en mi sangre. Todavía continuó con algunos rezagos de la enfermedad, mi recuperación ha sido lenta, pero si mi animo por servir al Señor en mi familia en la comunidad y en mis hermanos esta en pie.

Doy Gloria al Señor por haberme mostrado su gran amor en mis hermanas de grupo y sector que me apoyaron con refrigerios para mi familia en todo este tiempo, a mi madre que fue ese gran instrumento de Dios, en mis niños que eran lo que me animaba a seguir luchando, en mi esposo que fue Jesús el que lo llenaba de su amor y su fuerza para sostenerme a mí.

Gracias por este llamado a vivir comunidad

Por tener este pueblo que Tu haz formado por amor. Te amo Señor Jesús

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