viernes, 7 de abril de 2023

Este es mi llamado

Diana de Vega de Mancillas




 





Yo quisiera compartirles como el Señor me trajo a este pueblo. En 1980 fui a dar por casualidad a MCU sin saber lo que era. Me impresionó la forma de orar (gritaban mucho), pero sobre todo el conocimiento que tenían de la Biblia y la forma cómo se amaban. Entre más los conocía más quería ser parte de este proyecto de Dios.

En 1981 tuvimos la gran bendición de formar la primera casa de hermanas, en la cual vivimos: Lucy y Lizeta López (de Reynosa, Tamaulipas), Laura Navarrete (del Distrito Federal), Chave Navarrete (de Tepoztlán, Morelos), Mima Barba (de Ciudad Victoria, Tamaulipas), Mavi Salcido (de Chihuahua) y yo (de Tulancingo, Hidalgo). Teníamos un cuarto de oración, en el cual hacíamos nuestra oración personal todos los días a las 6 de la mañana; y antes de acostarnos, la oración de la noche. Los viernes ayunábamos todo el día.

Participábamos en MCU y en la misa del domingo en la iglesia del Rosario. Todos los sábados celebramos el Día del Se- ñor (CADS) con mucha alegría. Invitábamos a hermanos, preparábamos la cena, el pan y algún show (baile, sketch, canto, etc.). 

Nos organizábamos para hacer el aseo, la comida, la despensa, y todo lo que conlleva una casa.

Éramos hermanas muy diferentes todas (costumbres, carreras, gustos, etc.) pero el Señor nos dio la gracia para vivir juntas, servirnos y amarnos entrañablemente. Fuimos testigos de la transformación que el Señor fue haciendo en nuestras vidas en Casa de Hermanas.

En ese tiempo, todos los miembros de la comunidad Jésed nos conocíamos y convivíamos mucho. Nuestra forma de relacionarnos era de mucho respeto y hermandad: nos saludábamos con un abrazo de lado y un "Dios te ama" y la despedida era: "Dios te bendiga". Festejábamos los cumpleaños cada mes y honrábamos a los cumpleañeros.

Terminé mi carrera y llegó el momento de regresar a mi casa. Pero el Señor ya había puesto el deseo en mi corazón de vivir este estilo de vida; y con tal de seguir aquí, estudié una maestría. Al terminar la maestría nuevamente el Señor me dio una visión: era una casa muy grande, pero le faltaban algunos acabados y tenía goteras. El Señor me la ofrecía y yo tenía que arreglarla. Con esta visión el Señor me mostró que este era el llamado que me daba, pero que no era perfecto. Que me había elegido para que contribuyera con su gracia a la edificación de su pueblo.

Gracias a Dios y a su infinita misericordia continuo aquí; y no sólo yo, sino también mi esposo y mis hijos.


 ¡Gloria al Señor!


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