martes, 1 de agosto de 2023

Vida misionera como matrimonio

Claudia y Sergio Quinto
Claudia Lorena Balboa de Quinto y Sergio Quinto


Vida misionera como matrimonio

Gloria a Dios por esta oportunidad de compartir con ustedes, nuestros hermanos de Jésed, la aventura vivida de la mano del Señor y cerca de ustedes, aunque espiritualmente.

En una anterior florecilla compartí con ustedes como nos llegó la invitación de ser una pareja misionera en la zona sur de la Región Iberoamericana (RIA, y que es parte de la asociación de la que es parte Jésed). Y ahora en ésta, glorifico al Señor y proclamo su fidelidad y providencia en estos casi 2 años.

Llegar a Ecuador realmente fue más allá de lo que imaginamos en todos los aspectos. Aun cuando nos habíamos preparado mentalmente para este nuevo estilo de vida, el estar "viviéndolo" fue difícil. Hago un paréntesis para decirles que la comunidad de Quito, "Jesús es el Señor", nos acogió increíblemente: abrieron sus puertas, sus corazones, sus vidas; nos regalaron su amistad y hermandad. Pero a lo que me refiero de difícil fue enfrentarnos a lo que ya sabíamos se iba a presentar: el cambio de estilo de vida. 

Acostumbrarnos al uso del transporte público; aprender a aceptar lo que ahora teníamos que era diferente a lo que tuvimos: casa, muebles, espacio, capacidad adquisitiva... con menos posibilidades que antes, donde las "salidas" y las "compras" ya no podían ya no serían parte común de nuestra vida, fue complicado. Además, la distancia física de nuestros amigos, familia y hermanos.

Aunado a todo este cúmulo de nuevas experiencias: un ajuste en nuestra vida matrimonial. Cuando llegamos a Ecuador, nuestro matrimonio había sentado las bases, el pastoreo, la vida juntos, acople establecido, en fin. Pero ahora era un "estilo de vida diferente": estar juntos todo el día, compartir tareas del hogar, ajustarnos a un presupuesto mucho menor, etc.

Había otras cosas que trabajar y unificar. Y por supuesto, la cultura. Diferencias culturales que al principio no comprendíamos y nos afectaron.

Entrega, lágrimas, y risas fueron de la mano. ¡Ah! Pero eso sí, también abundancia de bendiciones. El Señor nos había prometido que en todo este tiempo estaría cerca y ¡vaya que lo estuvo!

El Señor nos llevó de su mano. Nos mostró su amor en los pequeños detalles: nos sorprendió con regalos espirituales y materiales (por ejemplo: aquel helado que tanto se me antojaba y de pronto, zas, un matrimonio de la comunidad nos invitan a tomar ese helado; o esa palabra de aliento que necesitábamos y nos llegó; nos regaló una casa abrigadora y llena de "detalles" de muchos hermanos, pues hicieron donaciones para amueblarla).

Nos regaló casi dos años de retiro espiritual juntos, compartiendo nuestras vidas. Nos hemos conocido en otra faceta y hemos aprendido a vivirla en plenitud, con los retos que ello ha implicado. Y esto no es más que la fidelidad de Dios patente en nuestra vida. El Señor usó su paciencia y misericordia con nosotros, regalándonos esta oportunidad.

El estar de misioneros nos ha regalado un tiempo increíble de vida de oración: sentarnos sin prisa a los pies del Señor para escucharle. Escrutamos su Palabra, la degustamos, la saboreamos.

Nuestra visión de la vida comunitaria se ha fortalecido. Ahora nos vemos como parte de una comunidad internacional (que aunque ya lo sabíamos) ahora lo vivimos. Las comunidades de Sudamérica, ya no son más un puntito en el mapa de la EDE, ahora son un rostro, un amigo y hermano que lucha hombro a hombro en diferente trinchera. El llamado se afianza y se expande.

Lo que para el mundo pudiera resultar una "perdida de tiempo", o un "suicido profesional" (como algunos compañeros del trabajo de mi esposo le dijeron), Dios la ha transformado en una bendición y en un llamado.

Esta aceptación total de Su voluntad ha permitido que acojamos a los jóvenes en nuestro corazón y en nuestra casa. Dios ha sido infinitamente bueno y nos ha regalado "hijos" brechistas que han llenado nuestras vidas.

Otra bendición que Dios nos regaló en este tiempo fue compartir en plenitud con los jóvenes sus retos, sus sueños, sus luchas, su querer ser santos. Vivir eso, hermanos, escuchar a los jóvenes gritarle al mundo que quieren ser santos y apartados para el Señor, eso, eso sí que es un milagro diario que Dios nos permitió ser testigos en primera fila. ¡Jóvenes dispuestos a vivir el llamado en plenitud, no a medias, con todo lo que implica, listos para pagar su cuota de sangre!

Hemos palpado de primera mano Su Providencia en todo sentido, ahí ha estado el Señor mismo, no nos ha faltado lo necesario (y nos ha sorprendido con mucho). Como mi esposo lo dice, el saldo es más que positivo.

¡Ha valido la pena este tiempo! Nuestro Señor ha superado nuestras expectativas. Vivimos en El y para El. Nuestras vidas son suyas, a El le pertenecen y es El quien tiene nuestro futuro en sus manos.

A É1 la gloria y la honra por los siglos de los siglos.



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