miércoles, 5 de abril de 2023

EI Señor es fiel

 

Por Laura de Gómez







En octubre de 1999 tenía una bebé de cinco o seis meses de edad, y tres niños más en segundo de kínder, primero y tercero de primaria. Ese día iba de camino (aprox. 7 kilómetros de distancia a la escuela) a recoger a mis hijos a la escuela, pues se acercaba la hora de salida. Como un día de tantos en el que me sentía cansadísima y con demasiado sueño, se me cerraban los ojos en pleno camino. Abrí la ventana para ventilarme y para ver si de este modo el ruido me ayudaba a mantenerme despierta. Encendí la radio, a la vez que trataba de no espejear tanto porque más se me cerraban los ojos.

Como a dos kilómetro antes de llegar a la escuela hay un canalón (un arroyo canalizado paralelo a la avenida) bastante profundo contiguo a la avenida por el cual se tiene que pasar de oriente a poniente. Recuerdo que cuando vi hacia mi derecha lo profundo del canalón vino a mi mente lo siguiente: Si yo caigo aquí no queda nada. ¡Señor ayúdame! Se me cierran mis ojos, estoy muy cansada, mi cuerpo no da más. Sólo te digo, Señor, tengo 4 hijos que me has dado; ¿quién los va a cuidar? ¡Ayúdame!

De repente sólo sentí un movimiento brusco, como cuando se frena de repente. ¡Me había quedado dormida y chocado contra un Volkswagen, empujándolo hacia la banqueta! Abrí los ojos y escuché que mi niña a quien llevaba en el asiento del copiloto empezaba a llorar. La tomé en mis brazos, se calmó, y en eso vi que al frente se detenía una patrulla para venir a auxiliarnos. Como mi puerta de lado izquierdo del piloto se trabó por la colisión, bajé por el lado del copiloto. Ahí fue cuando me impresioné de ver la magnitud de este choque, porque me di cuenta que avancé como un kilómetro y medio ¡dormida! Estaba en el carril contrario, pegada a la banqueta. Lo que más me maravilló fue la protección de mi Señor, pues este kilómetro y medio no es recto, sino lleno de curvas a la izquierda y a la derecha. Además quedé a diez centímetros de chocar con un carro recién salido de agencia. Su dueña sólo gritaba: ¡Qué bárbara, mira cómo dejaste mi carro! Lo acabo de sacar de la agencia.

Le doy gracias a Dios porque es grande en misericordia y amor para mí y todos sus hijos. Además a esta Comunidad, a este estilo de vida donde nuestros hermanos son nuestro apoyo moral, espiritual y de servicio diligente. Lo digo porque Domingo García me vio en este percance y se detuvo con gran amor de hermano, me dio su apoyo moral en ese momento de increíbles emociones, susto y miedo, pero de gran gozo en el Señor; también llegó Beto Velasco. Yo ni podía coordinar mis pensamientos y ellos estuvieron ahí para ayudarme. Gracias también a la generosidad de las personas que vivían ahí pude llamar a mi esposo.


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