martes, 18 de abril de 2023

Mi testimonio de Conversión

Rafael Salazar de Urquidi Mi testimonio de Conversión, mi vida como adolescente en la comunidad Jésed
Rafael Salazar de Urquidi


Historia de vida en comunidad Jésed

Rafael Salazar De Urquidi

A los 18 años me convertí. A pesar de que alguna vez fui Caballero de los Siervos de la Palabra y que nací en la Comunidad Jésed, mi indiferencia con ella, y mi rebeldía en la adolescencia, fueron factores que siempre me hicieron despreciarla.

Mi testimonio comienza a los 15 años en unas vacaciones en Ann Arbor, Michigan, en el 2003: justo el verano anterior de haber hecho el compromiso con los Siervos de la Palabra. Ese verano era el ideal para ir, ya que mis primos viven ahí y se llevaba a cabo un campamento de adolescentes muy famoso en Pine Hills. En este campamento, cada noche había una oración carismática de alabanza donde los jóvenes de mi edad se agrupaban al frente para brincar y alzar las manos como nunca lo había visto en el programa de adolescentes de Jésed. Lo que me mantenía atrás, sin acercarme, era el hecho de que mi padre me había dicho que la música `Metal' era mala por sí misma, que era como una tubería: aunque le pongas agua limpia a una tubería sucia, el agua saldrá sucia (tratando de explicar por qué también el metal cristiano no es realmente cristiano), lo cual me confrontaba mucho.

Una noche, mientras tocaban Open the Eyes of My Heart ("Abre los ojos de mi corazón'), decidí que, como era mi canción favorita, sí la cantaría, aunque fuese un rock muy pesado lo que el ministerio estaba tocando. En el momento en que levanté las manos y parcialmente cerré los ojos, sucedió algo que cambiaría mi forma de pensar por completo. Un joven que estaba al frente con todos los que brincaban, se encaminó hacia mí con ojos llorosos y me dijo en inglés estuve orando mucho por ti, me alegra mucho que ya te hayas convertido" .

A pesar de que la situación me confrontó mucho, me di cuenta de que los hijos de Comunidad Sí podían estar convertidos, incluso durante la adolescencia, inclusive aún en culturas más ásperas y difíciles como la de Estados Unidos.

Al regresar, me afilié como Caballero de los Siervos de la Palabra. Empero, comencé a experimentar que quería vivir cosas que el mundo me vendía muy atractivamente, por lo que al año decidí no continuar con mi compromiso, y comenzar un rumbo de pleno descubrimiento del mundo y separación de Dios.

Quiero sólo comentar que durante ese tiempo elegí amistades que me alejaban de Dios; comencé a fumar y a tomar alcohol en cantidades no recomendables, y a buscar cosas que el mundo ofrecía; para crear en mí una persona egoísta y materialista en un contexto muy hedonista. La meta era la fama, el comienzo era el estatus, el fin las mujeres y fiestas, y el medio los amigos.

Llegó Montelimar 2005, el evento internacional que lamentablemente yo veía como meras vacaciones, y una gran oportunidad para conocer chavas de otras comunidades. La noche de la oración fuerte, había logrado conseguir vino de contrabando porque cené tarde y llegué a la oración con efectos de sueño, para sentarme en la parte de hasta mero atrás y esperar a que terminara. Hacía un bochorno deshidratante, y frente a mí yacía un garrafón con agua y muchos hielos dentro de él, y decidí levantarme por un vaso de agua: entonces sucedió algo muy impactante para mí.

En ese preciso momento que me tomaba el vaso de agua, oí en el público un grito de dolor, de agonía muy fuerte: que era un hermano que parecía estar poseído; pero me di cuenta que al mismo tiempo, algo dentro de mí gritaba fuerte de desesperación. Físicamente no lo hice porque estaba tomando agua, entonces, ¿qué es lo que quería gritar dentro de mí? Al verme en mi interior, me vi a mí mismo como en un espejo: era idéntico, pero los ojos no eran míos y en ese momento me llené de mucho terror. ¿Acaso estaría yo también poseído?

De alguna forma necesitaba que alguien orara por mí, pero mi orgullo no me dejaba pedirle a alguien que lo hiciese, sino que pasaba cerca de los que me conocían y Dios no les revelaba que tenían que orar por mí. Me desesperé, al grado de tomar 15 vasos de agua constantemente hasta que la gravedad hizo el efecto, y al salir del baño vi que estaba pasando gente al frente, para orar por ellos. No me importaba si iban a orar por embarazadas o tías viudas: Yo quería que oraran por mí y por eso pasé. El terror y el agua me pusieron tan sobrio que el sueño y el mareo habían desaparecido por completo.

Pasé al frente, y gracias a Dios era por los adolescentes que pasarían próximamente a un sector, es decir, sí, era para mí. En ese momento experimenté cómo una ola de gracia disipaba lo que vi y me llenaba de paz. Esa noche el Señor me liberó de esa cosa y fui testigo del poder de Dios. Se podría decir que fui muy afortunado en tener este tipo de experiencia pero, por mala noticia, tengo que admitir que los hijos de Comunidad no nos convertimos con milagros.

Llegué a mi casa en Monterrey, muy encendido y con muchas ganas de seguir a Dios, pero no tardé en volver a ser el mismo de antes, y mucho menos tardé en ser peor. Ya no era la clásica atracción a lo desconocido lo que me incitaba a hacer todas esas cosas, sino el mero placer de hacerlas.

En las famosas Misiones de Semana Santa, con el programa de adolescentes de Jésed. Fuimos a apoyar a una comunidad parroquial para que se vivieran los días santos de una forma tal que la gente se acercase más a Dios; pero me expulsaron por buscarle pleito a los líderes, y a partir de ese momento me resentí mucho con el programa de adolescentes, y por ende con la Comunidad también. Por consecuencia, experimenté un rechazo total a todo lo que tuviese que ver con ellos.

Cumplí 18 años en la Cuaresma del 2006, y como era costumbre aquí en Jésed, a esa edad uno decide por sí mismo si continuar o no en la Comunidad: y nos dan un retiro extraño sobre todos los beneficios que tiene la Comunidad, asumiendo que estamos ya bien convertidos, lo cual me hacia mucha gracia. Pero, mucho menos desaproveché la oportunidad de que ahora podía entrar a antros y bares sin problemas: Me alejé tanto de Dios que le puse una barrera para que no entrara a mi vida.

En esos momentos, a pesar de todo, yo veía a mis padres amarse de tal forma que me confrontaba salir del único lugar donde existían ese tipo de matrimonios: la Comunidad. Pero sabía que no por nada era "azul celeste", y que también me iba a costar dejar meramente lo que yo era, y lo que tenía, como mis amigos, la novia, el alcohol, mi forma de ser. Se acercaba Semana Santa y con ella la oportunidad de ir de misiones con MJ (Misión de Jóvenes) se presentó, y en ese momento reté a Dios.

Cuando se me planteó la decisión de asistir a Misiones del 2006 con el programa de adolescentes, reté a Dios diciéndole que era la última oportunidad que le daba para hacer algo conmigo, o de lo contrario no me quedaría en la Comunidad. No tenía razones para quedarme: tenía un noviazgo espectacular, conocía a medio mundo en la preparatoria, tenía amigos mundanamente de lo mejor. Pero, al asistir a Misiones, ocurrió algo que iba cambiar el resto de mi vida.

El Jueves Santo por la noche, decidimos hacer una oración de entrega sólo los del equipo de misioneros y, como yo era el encargado del ministerio de música en esas misiones, estuve tocando durante toda la oración. Al final, se me acercaron y me dijeron que alguien me supliría para que pudiesen orar por mí y accedí. No fue la oración, ni lo que experimenté, ni vi ángeles, ni la música estaba bien bonita; sino fue que Sammy Samaniego me dio un sentir que tenía. Los hijos de Comunidad sabemos distinguir perfectamente un sentir inventado y un Sentir de Dios: éste era de Dios.

Ella, sin saber que yo tenía novia, ni que estaba resentido con la Comunidad, ni las razones por las que fui a esas Misiones, me dijo que ella sentía del Señor que yo tenía un corazón dividido: Por un lado quería las cosas que tenía del mundo, y por otro lado veía a mis padres, y por eso quería también la Comunidad. Pero "si elijes la de tus padres", ella dijo, El Señor te recompensará al ciento por uno", y que no me arrepentiría. Meditándolo, me di cuenta que esas palabras de Dios no eran para alguien más, sino para mí: era algo muy personal entre Dios y yo (¡no me podía escapar de ésta!). Me di cuenta que me iba a recompensar, que me animaba a dar el salto por Él y que no me iba a arrepentir.

Descubrí que el secreto de la conversión no está en los milagros. Toda mi vida estuve esperando que me cayese un rayo, o me atropellase un carro, o estuviese a punto de morir para convertirme. Cuando Jesús le dijo a Pedro, "ven y sígueme" , y le dio una misión, suena muy sencillo el hecho de que dejó todas sus cosas detrás, pero dejar a mi novia, a mis amigos. y a mis antiguas andanzas, fue de lo más difícil que he decidido dejar.

Entré a Comunidad y ahora, años después de vivir sumergido en el llamado comunitario, en el 'día a día', digo que ese día me convertí, porque fue cuando tomé la decisión de entregarle mi vida a Cristo; fue el día en que decidí seguir la misión que Él me encomendaba de dejar mi barca y redes detrás. Doy gracias a Dios porque ÉI tenía un plan para mí y seguiré al frente luchando para É1.

Honor, Gloria y Alabanza sean por siempre a nuestro Dios que nos ama.


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