lunes, 10 de abril de 2023

Encuentro personal con Jesús El Señor

Esperanza y Héctor  Ayala




 


Como padres, siempre estamos buscando que nuestros hijos conozcan a Dios, lo amen y hagan su voluntad. En este mundo que nos invita a dejar a Dios por los placeres, por el dinero, por el poder; nos vemos constantemente tentados a dejar el camino de Dios para seguir al mundo.

Gracias a que el Señor no nos suelta de su mano, podemos luchar contra esas tentaciones. Lo preocupante son nuestros hijos, ya que para ellos -la influencia del mundo- es todavía más fuerte. Hay que pedirle a Dios, todos los días, que los cuide y los proteja de todos los peligros y acechanzas del enemigo.

Tenemos cuatro hijos (2009): Mariana, Héctor, Daniela y Gabriela, de 21, 20, 18 y 15 años, respectivamente. Aunque ellos no están en la Comunidad Jésed, siempre han seguido al Señor y pertenecen a un grupo que sirve en la Misa con Niños.

El año pasado, tuvimos una experiencia maravillosa con la que sentimos que Dios ha escuchado nuestros ruegos; ya que nuestra hija Gaby tuvo un encuentro personal con el Señor, que marcó su vida y la de nosotros.

Les contaré que en septiembre del 2008, mi esposa y yo participamos -como Ministros Extraordinarios de la Comunión- en llevar a Nuestro Señor Sacramentado a un retiro de jóvenes en el que participaban nuestros hijos; ya que iban a tener un momento de adoración con el Santísimo expuesto.

Llegamos al lugar indicado, como las 9:00 pm. Era un saloncito alumbrado solamente con un par de veladoras, en un ranchito que les habían prestado. Ya estaba el grupo de jovencitos esperando, impacientemente, ese momento.

Ellos dirigieron la oración y nosotros sólo estábamos disfrutando el momento, como espectadores. De repente, nuestra hija Gaby empezó -entre sollozos- a bendecir y a alabar al Señor, en voz alta, como nunca antes lo había hecho. Su rostro se transformó y un gozo fuera de lo "normal se apoderó de ella.

Mi esposa se acercó con Gaby para decirle que disfrutara ese momento y que si quería acercarse más a ÉI, que lo hiciera. Ella, sin pensarlo dos veces, se postró frente a la mesa improvisada, que servía para contener la Custodia con el Santísimo. No cesaba de alabar y de bendecir al Señor; le decía, que para ese momento había nacido. Mi hija, compartía a sus compañeros: "El Señor esta aquí y quiere que le digan que lo aman y que lo necesitan, ÉI los ama mucho". Había, en el salón, una euforia tan grande, que todos estábamos contagiados, disfrutando del gozo del Señor.

Llegó el tiempo de retirar a Jesús Sacramentado, ya que en lugar de una hora, había pasado ya, una hora y media. Nadie se atrevía a terminar con ese momento. Me preocupaba la situación de Gaby, ya que permaneció hincada y con las manos en alto, todo ese tiempo. Aunque estuve detrás de ella abrazándola para que no se fuera a caer, me decía: "¡Mira papá, Él me esta levantando las manos, míralo!" Yo no podía ver lo que ella estaba presenciando, pero créanme que sí, el Señor estaba ahí.

Cuando ya todo acabó, y como nosotros también les habíamos llevado la cena -que consistía en hamburguesas- busqué a mi hija para decirle que se me había olvidado llevar una hamburguesa sin mayonesa, como me lo había pedido. A esto contestó: Qué importa la mayonesa y la hamburguesa, después de todo lo que viví, si tengo a Jesús dentro de mí. Esas palabras me resuenan aún, ya que me pregunto, ¡Si tengo a Jesús en mi corazón, ¿Qué importa lo que me falta? ¡Lo demás ha dejado de tener valor!

Al siguiente día, cuando ellos regresaron, fueron recibidos en la misa de las 7:00 pm. Estando presentes los padres de estos muchachos, los jóvenes dieron testimonio de lo ocurrido. Gaby compartía con sus compañeros aquél precioso encuentro que para todos fue, por mucho, lo mejor

Ya en la cena, comentábamos en familia lo ocurrido y ella nos decía: "Papás y hermanos, yo los quiero mucho y quisiera vivir mucho tiempo con ustedes, pero al estar con el Señor yo le decía: "Señor, ya llévame. No quiero separarme de Ti nunca". Eso estremeció todo nuestro ser. Sin embargo, sabíamos que para ése momento habíamos nacido, y que no hay otro lugar mejor que estar cara a Cara con Nuestro Creador. Nos seguía diciendo: "No sé por qué no me llevó. Tal vez porque tengo una misión por cumplir. No sé si seré religiosa o me voy a casar, lo que sí sé es que lo voy a servir toda mi vida", y agregaba, yo antes creía que el Cielo era un lugar donde había muchas nubes y muchos ángeles; pero, lo verdaderamente maravilloso es contemplar la presencia del Señor. Lo único que nos podría apartar para un día llegar con Él, es el pecado." Y con el rostro lleno de lágrimas nos decía suplicante: "POR FAVOR NO PEQUEN, NO PEQUEN, YA QUE NO SABEN LO QUE PERDERIÁN"

Tomado de su diario personal:

"El 20 de septiembre del 2008, sucedió algo que ha cambiado mi vida. Participaba en un retiro, con mi grupo parroquial y una de las actividades de ese día, era tener una Hora Santa. Nunca imaginé que esa Hora Santa cambiaría toda mi vida. Llegó el momento de estar todos hincados ante el Santísimo y empecé a hacer mi oración, diciéndole a Dios: Señor, yo te abro las puertas de mi corazón para que Tú entres en él.

En ese momento, sentí cómo Dios entraba en mí; mi cuerpo se sentía distinto, empecé a llorar de la emoción. No había sentido algo igual. Sentía cómo el Espíritu Santo estaba conmigo, porque tenía muchas ganas de decirle que lo amaba, de gritarle que lo necesito. Yo gritaba: "Señor, ¡te amo, te amo!' y lo alababa. Nunca había tenido tantas ganas de decírselo, tenía la necesidad de gritarle que quería estar con Él.

Después, mirando la Eucaristía, empecé a ver la silueta de su rostro. Yo estaba tan emocionada, que más fuerte le decía que lo amaba y que lo adoraba. Me acerqué a la Custodia y me quedé hincada ahí. Empecé a sentir cómo se levantaban mis manos, como si Dios me tomara de ellas. En ese momento sentí, que ya no me faltaba nada.

Me sentía plena en su presencia, como si todos los sacrificios y cosas que había hecho en mi vida, fueran recompensadas en ese momento.

Mientras mis brazos se mantenían en alto, Dios me habló. Quería que le dijéramos cuánto lo amamos, que lo necesitamos, que no perdiéramos la fe en ÉI, y me dijo que É1 nos ama mucho, que siempre va a estar ahí para nosotros. Yo quería que ese momento nunca terminara, quería quedarme con ÉI, para siempre. Le pedía que no se fuera, que se quedara conmigo y así fue.

Hasta ahora lo ha hecho; todos los días ha estado y estará conmigo. Desde ese día mi vida ha cambiado; siento la necesidad de tenerlo Sacramentalmente, y así ha sido. A partir de entonces, voy todos los días a misa y la disfruto como nunca, porque sé, que Él esta ahí.

Lo único que nos aparta de estar con ÉI, y la oportunidad de disfrutar su presencia, es El Pecado, y el estar perdidos en las cosas del mundo, en vez de disfrutar el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Cuando Jesús me tomó con sus manos, y me decía que nos ama mucho, yo me sentía como si estuviera en el Cielo. Sólo éramos ÉI y yo; no había nada más importante, que estar con ÉI. Si caemos en pecado, . perderemos la gracia de estar con ÉI algún día en el Cielo, y disfrutar de su Presencia Santa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los más leídos