domingo, 23 de abril de 2023

Porque su promesa se cumple

 

Testimonio de Miguel Ávila y su esposa Olga Zamora, Dios cumplió su promesa de que tendrían familia
Miguel Ávila y Olga Zamora de Ávila

La promesa de Dios se cumple

Familia Ávila Zamora

Nuestro noviazgo inicia en el seno de la enseñanza comunitaria, que lo considera como una preparación para el matrimonio, por ello, dedicamos la mayor parte del tiempo a dialogar sobre diversos temas importantes, entre ellos el de la familia; dentro de este tema surgió la pregunta sobre cuántos hijos nos gustaría tener, uno decía cuatro y el otro cinco; aunque no había consenso pleno, sí quedaba clara nuestra apertura a la vida, y sobre todo, que buscaríamos la voluntad del Señor. En este contexto iniciamos nuestro matrimonio el 29 de abril de 2000.

Al cabo de nuestros primeros dieciocho meses de matrimonio nos embarazamos por primera vez, experimentamos la gran dicha del don de la vida; sin embargo, a las pocas semanas, comenzó un pequeño sangrado que concluyó en aborto espontáneo, y sin conocer la causa de esto, "no se preocupen, es algo común y normal", concluyeron los médicos.

Esta vivencia fue algo muy doloroso para mí, que además se acentuó porque nos pidieron esperar por lo menos seis meses, antes de intentar embarazarnos de nuevo. Pasaron muchos meses antes de superarlo. Dios, en su bondad, utilizó múltiples medios para amarme y finalmente, al leer un testimonio de Florecillas de nuestra Comunidad hermana, Ciudad de Dios, de Nicaragua, experimenté Su misericordia y con ello la sanación. El Señor me llamó nuevamente a vivir y exclamar: ¡Sólo Dios basta!

Después de la recomendada espera llegó nuestro segundo embarazo. Una vez más, alrededor de la sexta semana, recibimos el triste diagnóstico: "Su desarrollo se ha detenido". Fue contundente, perdíamos a nuestro segundo bebé. Por recomendación médica decidimos esperar unos días más para verificar que, efectivamente, se hubiera detenido el desarrollo.

Mientras tanto, en una asamblea general, durante el tiempo de oración, lé expresé mi angustia al Señor, especialmente sobre el hecho de que mi bebe estuviese sufriendo. Al estar con los ojos cerrados, me dio una visión donde el Señor se acercaba a mí y poniéndose de rodillas, introdujo Su mano atravesando mi vientre; vi mi interior y Su mano acariciando dulcemente a mi bebé; en ese momento me expresó que no temiese, que Él siempre ha estado con mis bebés y que les ama; de inmediato le entregué la vida de mi bebé y descansé en Su promesa, ¡no existe algo mejor que Su amor!

Días después se confirmó el diagnóstico, en esta ocasión, con el dolor en el corazón, no expresé que había perdido un hijo, sino que había ganado uno para Dios. Pude expresar que si Dios me invitaba a ser mamá de 6 semanas, sería una madre gozosa de hijos de seis semanas.

Ante esta segunda vivencia, nos recomendaron una serie de análisis clínicos que llegaron inclusive a la evaluación genética. Después de innumerables exámenes e intervenciones quirúrgicas, el resultado era halagador y al mismo tiempo frustrante: Todo está bien, no sabemos por qué se producen los abortos; sanos sí, pero incapaces para tener hijos..., devastador.

En julio de 2005 tuve la bendición de visitar otra Comunidad hermana, El Señorío de Jesús en Vitoria, España. Al compartir con Emi Ireneo Torca, un matrimonio de esta Comunidad, me preguntaron si tenia hijos, respondí que no, y les compartí nuestra historia al momento, incluso que habíamos iniciado un proceso de adopción, ya que Dios, en Su palabra, nos dijo en varias ocasiones que nos daría un hijo, por lo que debíamos estar abiertos también a la adopción, pues quizá ese era el camino por el cual nos lo daría. Al terminar mi narración, el hermano me dio una palabra del Señor que en ese momento le había pedido me la diera: Dios me dice que les bendecirá con un hijo". Fue tal el impacto y la seguridad en su expresión que no pude contener las lágrimas; experimenté la dulzura de Dios. Al poco, su esposa me expresa que mientras yo les compartía nuestra historia, Dios le dio una visión en donde me veía con un bebé en brazos, al cual estaba amamantando; es ahí que me enfatiza que éste ha de ser un hijo nacido de mi vientre, pues de otra forma no podría estarlo amamantando.

Estos hermanos se convirtieron en un canal de gracia del Señor para renovar nuestra esperanza y seguir esperando en fe. Este viaje fue por demás especial, ya que en mi visita a Lourdes tuve mi segundo gran encuentro con María, algo que por sí mismo se constituye en otro testimonio.

En febrero de 2007 nos embarazamos nuevamente y volvimos a disfrutarlo; sin embargo, también la historia se repitió, nuestro trecer angelito se fue con el Padre. En nuestros embarazos el patrón era consistente: el desarrollo de los bebés se detenía alrededor de la sexta semana de gestación, así que nunca llegamos a escuchar el latido de sus corazones.

En diciembre de 2007, y después de recibir una propuesta de adopción, tomamos la decisión de dejar todo seguimiento y/o tratamiento médico, era claro y estaba demostrado que gozábamos de buena salud física; además, todos nuestros embarazos se dieron cuando precisamente no estábamos en tratamiento alguno, así que no había razón para seguir por ese camino y financieramente ya comenzábamos a resentir los estragos. En medio de lágrimas coincidimos en que esto era lo mejor, fue un paso doloroso, pero, estamos llamados a ser felices con o sin hijos, a gozarnos en la voluntad del Señor, a amarnos sobre todas las cosas, estamos llamados a la santidad, y un paso ineludible es precisamente abandonarnos en Él, al mismo tiempo que enarbolamos Su alianza con nosotros.

Su respuesta no se hizo esperar, a principios de marzo del 2008 nos embarazamos; con alegría, pero a la vez guardando el corazón por las experiencias pasadas, iniciamos el seguimiento médico. Todo parecía ir bien hasta que se presenta un pequeño sangrado que me obligó al reposo absoluto. Un tiempo de prueba y de gran bendición, de abandonarnos en el Señor y de confiar en Su promesa. A los cinco días del sangrado, me revisó el ginecólogo y es entonces cuando escuchamos el sonido más hermoso que jamás había escuchado: el latido del corazón de nuestra bebé. Dios estaba ahí diciéndonos: aquí está mi promesa hecha vida. El reposo duró hasta pasar la duodécima semana de gestación.

Regina Mariana nació el 26 de noviembre de 2008, y la encomendamos a nuestra madre María, es "la niña de sus ojos", y como tal cuida de ella. Se nos concedió el don de la paternidad para gloria de Dios, que nos ha llenado de bendiciones a lo largo de este caminar a través de nuestros hermanos de Jésed y otras comunidades de México, así como de Estados Unidos, Puerto Rico, España, Alemania, y de muchos otros lugares que, sin saberlo nosotros, estaban "a rodilla pelona" orando y ofreciendo sacrificios por nosotros.

Gracias a Dios y a nuestros hermanos ¡hoy nuestro milagro vive!


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