martes, 11 de abril de 2023

 

Igor Villanueva, Conchita Chávez de Villanueva

Mi nombre es Igor Villanueva; mi esposa es Conchita Chávez de Villanueva. Al 2009 Tenemos tres hijos y sus nombres son: Igor, de 8 años; Isaac, de 6 años y mi princesa, Madeline, de 4 años.

El primer contacto con la Comunidad Jésed fue a través de mis papás, Francisco Villanueva y Amanda Santoyo de Villanueva; ellos ingresaron alrededor de 1990. Somos cuatro hermanos: Amanda es la mayor, el segundo es Iván, después su servidor Igor; y el menor es Irving.

En algún momento, los cuatro participamos en la Comunidad y con el tiempo, los dos mayores descubrieron que ahí no era su llamado y dejaron de participar de ella.

Mis inicios fueron en MCU. Ingresé a la Comunidad en 1993 cuando ya había terminado de estudiar, sin embargo por consejo de Edgar Garza -uno de mis primeros amigos y hermanos- me incorporé con los universitarios. Mi esposa se integró al Sector Solteros de la Comunidad a finales de1997, cuando aún éramos novios. Nos casamos el 11 de diciembre de 1999 y nos integramos al Sector Oriente con Jesús González, siendo nuestros primeros responsables Jorge Luis Dávalos y su esposa Lupita.

Aunque nuestro testimonio e historia están compuestos de múltiples milagros y bendiciones, que Dios nos ha regalado, la centraremos en los últimos seis años de nuestro matrimonio.

De las primeras experiencias fuertes que tuvimos fue la muerte de mi suegro, la cual sucedió de manera casi repentina, ya que apenas un mes antes se había sentido mal. Un mes después, el día que regresó su malestar, lo llevamos al hospital y la siguiente noche falleció. Fueron momentos dolorosos; Conchita estaba embarazada de nuestro segundo hijo.

Después vinieron los momentos más fuertes y con una serie de pruebas en nuestro matrimonio. Empecé una transformación paulatina en mi carácter, con cambios de temperamento, enojándome en una fracción de segundo, llegando a insultar y lastimar de manera terrible. En muchas ocasiones, llegué a los golpes. Los problemas en mi trabajo también llegaron. Estuve cambiando de empresa de manera constante, alegando que no eran justos conmigo.

No me di cuenta en qué momento sucedió, pero mi vida se volvió una mentira. Contaba mentiras en mi trabajo, a mi esposa, a mis papás, a mi responsable pastoral. No sabía ni yo mismo cuál era la verdad de mi vida y lo peor es que no me daba cuenta.

Pero Dios tiene su plan. Conchita ya se había dado cuenta de que le mentía y me lo decía. Me pedía que hiciera algo, pues no era normal que estuviera así. La verdad yo no le creía, pues lo veía todo normal.

A finales del 2003, en ocasiones me sentía mal de salud, pero le restaba importancia. En mayo del 2004, nació nuestro tercer hijo, una niña. Mientras tanto, mi salud iba deteriorándose, física y mentalmente; por lo cual fuimos con un doctor, ex compañero de trabajo de mi esposa. Me mandó a hacer un ECO de vientre y el resultado fue que tenía un sinfín de piedras en la vesícula, la cual estaba enorme y a punto de reventar. Fui intervenido de urgencia, con una cirugía exploratoria, para retirar el lodo biliar formado. Fue en un hospital particular, el San Vicente, y no tenía dinero para pagar. Mi responsable pastoral, Héctor López, realizó el pago con su tarjeta de crédito, y al poco tiempo de la cirugía me quedé sin trabajo; exactamente a los treinta días.

Un hermano de la Comunidad me ofreció trabajo, el cual acepté. Era un trabajo en ventas, pero mi situación mental ya era por demás inestable. Hacía ventas a personas que visitaba y la realidad es que esto sólo ocurría en mi mente. Mientras tanto, nuestras deudas crecían y yo le decía a Conchita que no se preocupara, pues en mi interior estaba planeando un gran negocio. Era un castillo en el aire.

Me di cuenta de mi estado cuando, en una ocasión, estaba en la rectoría de la UANL en San Nicolás, tratando de hacer una venta que no se llevó a cabo. Salí triste, pero recuerdo que pensé en mi negocio y empecé a caminar. Eran como las diez de la mañana; fue como entrar en un sueño. Cuando desperté estaba parado en el Puente de Papa, viendo pasar los carros. Una persona me preguntó si estaba bien, pues me asomaba de manera peligrosa; ya eran las 6 de la tarde. En ese momento, me di cuenta que me estaba volviendo loco, si no es que ya lo era.

El hermano que me había contratado, al darse cuenta de que las ventas habían sido ficticias, pidió ayuda a mi responsable pastoral y también a mi esposa. Una noche platicamos Conchita y yo, le dije que no recordaba ni lo que hacía un día anterior y que estaba lleno de mentiras. Ella lloró por la decepción y me pidió que aclarara lo de las ventas con el hermano. No teníamos dinero, teníamos cortado el teléfono y varios avisos del gas y del agua; nuestros niños eran chiquitos y nuestra bebé de meses todavía. Además, también debíamos dinero a las tarjetas de crédito.

Así que ese día, en la noche, de las pocas cosas que me acuerdo, hablé con Dios de la siguiente manera:

"No sé por qué permites que me pase esto. Mira en lo que me he convertido y el sufrimiento que he causado. Tú que dices que nadie conoce ni el día ni la hora, pues yo sí. Mañana en la tarde me quito la vida, me voy a ahorcar".

En la noche, le escribí un recado de despedida a mi esposa. En la mañana, me bañé y vestí con las mejores ropas que tenía, guardé un lazo en mi mochila y fui a despedirme de los niños. Pero durante la noche, Conchita no durmió. Estuvo orando, pidiendo a Dios que nos mandara ayuda. Se daba cuenta de que yo tramaba algo y no tenía manera de avisar y pedir ayuda, por lo tanto, no quiso salir y dejarme solo. Así que estuvo, como comento, en oración.

Sin embargo, ese día cuando me estaba despidiendo de Conchita, tocaron a la puerta. Era Héctor y me dijo que venía a buscarme. Si hubiera llegado tres o cinco minutos después, la historia sería otra. 

(Permítanme comentarles que, hasta la fecha, Héctor López se pierde cuando va a mi casa y da muchas vueltas para poder llegar). Héctor me acompañó con el hermano, para hacer las aclaraciones, y oró por mí, de tal manera, que terminé confesándole mis intenciones. Incluso le reproché el que estuviera temprano por mí; sólo se sonrío. Dios lo había llevado a mi casa; ¡Sin perderse!

Me pidió que acudiera al doctor. Eso hicimos y, a través de unos amigos de mi esposa, me atendió un psiquiatra. Su diagnóstico fue que tenía un trastorno derivado de la falta de secreción de una hormona, lo cual me causaba delirios y cambios en el comportamiento. Era urgente que me internaran en un hospital psiquiátrico, por seguridad mía, de mi esposa e hijos, pues seguramente iba a intentar volver a suicidarme. Me recetó una serie de medicamentos y nos dijo que el tratamiento iba a ser largo, quizás de años, y que por sus honorarios no nos preocupáramos. Conchita platicó de la situación con mi familia y con Héctor. No había dinero para que me llevaran a un hospital particular, así que la opción era uno público. Pero mi esposa tomo una decisión y la notificó:

"Por el momento no voy a trabajar, Dios nos proveerá. Voy a cuidar a Igor y no lo voy a internar; viviremos juntos su enfermedad. Lo tengo que atender yo misma, porque en los hospitales de salubridad se va a deteriorar más".

 

Y efectivamente llegó la ayuda. Nuestro sector -que económicamente no es muy bendecido, pues hay mucha necesidad y debemos tener confianza en Dios- nos apoyó con 800 pesos mensuales. Mi mamá pidió ayuda a unos hermanos que estuvieron en la Comunidad. Ellos son Samuel y Mary García, quienes me compraron el medicamento durante el tiempo que duró el tratamiento. Además nos apoyaron en muchas cosas más.

El dinero de los estudios se consiguió a través de Cáritas, por mediación de una hermana santa -que Dios tenga en su gloria- y que en esos momentos ya era viuda, Ninfita Reyes; ella perteneció al Sector Poniente. Incluso, en uno de los momentos en que tuvimos una necesidad fuerte, los Siervos nos apoyaron económicamente a través de Luis Manuel Bravo.

Mis papás, aún con sus necesidades, estuvieron al pendiente y me proporcionaron su ayuda; mis hermanos también me dieron la mano. Alguien que estuvo al pendiente de nosotros, de manera constante, fue mi suegra. Nunca permitió que nos faltara de comer y jamás me reprochó la situación en la que estábamos. Siempre le dijo a Conchita que debía cuidarme y procurar que no tuviera situaciones que me alteraran. En todos ellos vi la bendición de nuestro Señor y les estaré eternamente agradecido.

Algo digno de comentar, es que mi hermana Amanda pidió la intercesión de Juan Pablo II para mi sanación. El Santo Padre acababa de morir y ella estaba segura que intercedería ante Dios para que nos hiciera el milagro de mi recuperación.

Hermanos, al iniciar mi recuperación y darme cuenta de lo que Dios estaba haciendo por mi y que todo era para su gloria, jamás le reproché el estar tan mal económicamente, el no tener carro y andar en camión con mis tres niños. Le daba gracias por el milagro de la paternidad, el ver la sonrisa de mis hijos y su gran amor por mi. Le daba gracias por el gran amor de mi esposa y la devoción con la que me atendió durante mi enfermedad. Le daba gracias por la hermandad de nuestra Comunidad y el amor y cuidado que en especial expresaron los miembros de nuestro sector, quienes hicieron vida la palabra de Dios en Mateo 25,35-40.

Me permito comentarles que, al reiniciar nuestra asistencia a las asambleas, Conchita y yo nos sentíamos indignos de estar ahí. No queríamos ir al gimnasio -donde se llevaban a cabo las asambleas- pues sentíamos que nos juzgarían e incluso nos criticarían.

De nuevo, Dios no se dejó ganar, En esa primera asamblea, asistió un sacerdote Juanino, quien hizo una oración que nos confortó, pues sentimos que ese día él estaba especialmente por nosotros. El dijo algo así, mientras oraba: "Dios nos ama y desde nuestro pecado, por más perverso que este sea, vino a dar su vida por nosotros y por nuestra salvación. Todos somos dignos de su amor por ser hijos suyos. Espíritu Santo libéranos y haznos sentir todo tu amor". Eso nos llenó para continuar aquí; al pie de lucha por Cristo.

El tratamiento de años que iba a recibir, se redujo a once meses. Actualmente, estoy totalmente curado. No tomo medicamento de ningún tipo; mis emociones son totalmente basadas en el amor de Dios; tengo una magnífica familia forjada en la prueba, que ama a Dios y busca llegar al cielo a través de la Comunidad.

Desde entonces oro a diario, comparto con mi esposa y mis hijos. Dios me regaló un trabajo en el cual tengo ya tres años y por el cual me permitió rodearme de amigos que me apoyaron para aprender un nuevo oficio como Project Manager. Ellos me brindaron desinteresadamente su tiempo y paciencia. Dios convirtió nuestros bienes en vino y nuestro amor -que eran cinco panes y dos peces- lo multiplicó para nosotros y para servir a nuestras familias y a nuestros hermanos.

He ido pagando mis deudas. En especial, dos años después le pagué a Héctor. No porque me cobrara, sino por el agradecimiento de haberme salvado y de estar a mi lado como responsable pastoral de mi vida; por su testimonio de compromiso a Dios, a este llamado, y de que vivirlo es quitarnos incluso el pan, para compartirlo con alguien más necesitado.

Es algo que implica una gran responsabilidad de amor fraterno, pero que también implica misericordia.

Todos los días le doy gracias a Dios por el milagro de mi sanación. Por ver a mis hijos, la bendición que son, y por la convicción que tienen de seguirle a El. Por mi esposa y su amor; por su cumplimiento fiel a los votos que hicimos el día de nuestra boda y la misericordia con la que me trató y el cariño que me da.

Gracias por mis papás, por mis hermanos y su amor. Gracias por mi suegra y cuñados. Gracias por mi suegro que, estoy seguro, intercede desde el cielo por nosotros.

Gracias por los hermanos y por nuestros coordinadores, oremos por ellos. Gracias por Jésed.

Feliz treinta aniversario y que ¡Dios nos bendiga!

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